lunes, 18 de marzo de 2013

Malec.

     Corría una brisa que se podía calificar incluso de agradable, siempre y cuando tuvieses una chaqueta a mano. La calle estaba totalmente vacía y en silencio. No se escuchaba ni el motor de los coches, ni el ladrido de los perros a lo lejos ni el cantar de los grillos de finales de verano.
     Parecía increíble que, aun estando en octubre, hiciese aquel fresco, pero aquella calle siempre había sido fría y solitaria, sin un atisbo de vida, cuando era de noche. La luz que emanaba de las viejas y desconchadas farolas era de un dorado sucio y muy apagado, pero era suficiente para que Alec caminase sin tropezarse o chocarse contra algo.
     Llevaba un largo rato bajo la tenue luz de una de las farolas mirando al frente. Un portal en concreto. En el estómago le revoloteaban mil mariposas y su respiración era un tanto agitada. Alec era consciente de su alterado estado y se obligó a sí mismo a inspirar profundamente para intentar relajarse. 
     Era la segunda vez que andaba aquel largo camino hasta Brooklyn y, la primera vez, había salido huyendo de allí, muerto de vergüenza sin tan si quiera llamar al porterillo del piso. 
     - Vamos, Alec. - se dijo a sí mismo.
     Empezó a caminar con pasos torpes hacia el portal y, antes de pulsar el botón bajo el nombre de "BANE", inspiró y expiró una vez más, dejando que el aire hinchase por completo sus pulmones. Ya tenía el dedo sobre el plateado botón cuando, a sus espaldas, oyó un maullido. Alec se giró bruscamente y contempló muy quieto los dos ojos brillantes que le observaban resplandecientes desde la oscuridad, a ras del suelo. El felino salió de la negrura y empezó a caminar hacia Alec con pasos mesurados y una elegancia sobrenatural. 
     El chico, que seguía sin apartar los ojos del gato, tuvo de repente la ligera sensación de que alguien le observaba. Se le erizaron los pelos del cogote cuando empezó a sentir un aliento en su cuello acompañado de una risita divertida. Alec se dio la vuelta con un sobresalto y se encontró de frente con otro chico. Era alto y delgado, pero no flaco. Tenía el pelo de punta perfectamente fijado con gomina, pero con un cierto aire de movimiento sobrenatural. Las mechas de las puntas de los mechones eran de colores vivos, y sus ojos felinos tenían ese extraño color dorado-verde que hipnotizaban. 
     - Alexander Lightwood. - dijo el muchacho, apoyándose en el marco de la puerta. 
     - M-Magnus. Vaya, qué... susto. 
     - Siento haberte sobresaltado. - dijo el brujo con aquella sonrisita picarona. 
     Alec no se sentía capaz de mirarle a la cara, asique bajó la mirada a sus zapatos, que no eran, ni mucho menos, más divertidos que el elemento que tenía delante. Magnus seguía mirándole apoyado en el marco de la puerta. 

     - ¿Ibas a salir? - le preguntó el chico al brujo. 
     - No. - sonrió Magnus. - Sabía que venías y he bajado a abrirte la puerta. 
     - Yo... bueno... Yo... ¿Cómo sabías qué venía?
     Magnus señaló al suelo y Alec miró por encima del hombro al felino que tenía sentado a sus pies que le seguía mirando con aquellos brillantes ojos. 
     - Presidente Miau me lo dijo. - contestó el brujo. - Él me avisa de las visitas interesantes. 
     - ¿Yo soy una visita interesante? 
     El brujo mostró una sonrisa aun más amplia. 
     - ¿Quieres pasar? 
     Y, como si supiese la respuesta, se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras, sabiendo perfectamente que Alec le seguiría. 

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